jueves, 20 de diciembre de 2007
Parábola de los viñadores homicidas (Mateo21, 33-46; Marcos 12, 1-12; Lucas 20, 9-19)
Asimismo, Jesús habla en esta parábola sobre los fariseos. Los fariseos querían el Reino para ellos. Les gustaba que les llamaran "maestros" y "doctores". Se apegaban fuertemente a los ritos, a las palabras, muchas veces vacías. Se escribían o bordaban los mandamientos a las túnicas y a los sombreros, para hacer ver que siempre los estaban mirando y cumpliendo. En muchos momentos, Jesús les dice que ellos no entienden la misericordia porque están apegados a las tradiciones y a la Ley. Se olvidaban del prójimo, sobre todo de los marginados porque se sentían superiores. ¿Cuántos de nosotros no actuamos así hoy día? Creemos que nos salvaremos porque todos los domingos vamos a misa, aunque cuando nos pregunten de qué se habló allí no sepamos nada. Creemos que de eso se trata ser cristiano. No damos dinero a la caridad, ni a la Iglesia. Ponemos excusas tan burdas como que "la Iglesia es rica," y luego vamos y nos gastamos un montón de dinero en cosas superfluas. Durante la Semana Santa nos encanta ir el Domingo de Ramos a tomar la rama de palma, aunque nunca más volvamos al templo; y el Jueves Santo por la noche visitamos los monumentos. Para muchos de nosotros, de eso se trata la espiritualidad, de los ritos, las palabras vacías, como los fariseos. Salimos de la Iglesia y apoyamos la guerra, la pena de muerte, y hasta nos hacemos solidarios de causas opresivas porque pensamos que la gente que protesta es molestosa y estorbona. Hemos convertido las navidades en ritos de compras, en adoración a seres inexistentes como Santa Claus, los renos, el hombre de nieve, y los enanos que hacen juguetes. Todo en nombre de la rutina, de la vaciedad de los ritos.
En muchas ocasiones hacemos lo mismo que los viñadores homicidas, matamos, aunque sea simbólicamente, a los mensajeros de Dios. No nos gusta la gente que nos dice que lo estamos haciendo mal. La manera más sencilla es tildarlos de locos, como le hicieron a Jesús. Luego, si eso no da resultado, los matamos de verdad. Eso le pasó a Martin Luther King, a Mahatma Gandi. Los ridiculizamos diciendo que no están al corriente de los tiempos, que se vayan a otra parte con sus ideas atrasadas. Hacemos exactamente lo mismo que los judíos hacían, matamos a los profetas.
Entonces, cuando ya no podemos, y nos mandan al Hijo en persona, pues empezamos a decir que lo amamos, que es el único camino. No obstante, si ese Hijo nos dice que lo estamos haciendo mal, pues lo sustituimos por algún diosecito inventado. Lo mismo que los judíos en el desierto, el becerro de oro. Ahí entran los sicólogos, que nos dicen que no debemos llevarles la contraria a nuestros hijos e hijas porque los traumamos. No se nos permite enseñarles valores como la disciplina, como la solidaridad, la caridad, porque eso es religión y se confunden. En otros casos, hay gente que se inventa sus propias reglas en cuanto a la espiritualidad. Si la Iglesia dice algo en términos de moral, la cuestionamos, y a veces hasta nos oponemos. Pero a los grandes intereses económicos y militares no los cuestionamos. Un hijo nuestro se quiere hacer sacerdote, y le decimos que lo piense, que le puede ir mal. No obstante, si decide hacerse soldado, lo decimos con orgullo. Un sacerdote o un monje entra a un avión y nadie lo saluda o nadie le hace una reverencia de cualquier tipo. Pero he oído que en algunos vuelos, las azafatas les piden a los soldados o soldadas que se muevan a primera clase. En otros vuelos he oído que los aplauden porque están defendiendo nuestros valores. ¿De qué valores hablarán? ¿Del culto a la violencia, al dinero y a las clases sociales altas?
¿Por qué no hacen lo mismo con los maestros y maestras del mundo? Estos dan sus vidas en pro de la enseñanza de los niños y niñas. No obstante, un maestro es un cero a la izquierda en este sistema. Qué curioso, Cristo era el Maestro. Pero lo hemos sustituido por los médicos, los abogados, los ingenieros, los banqueros. Aquellos que "de verdad" nos pueden ayudar. Hemos matado al Hijo y queremos quedarnos con la viña, porque creemos que así seremos verdaderamente sus herederos. La parábola es clara, es siendo fieles al amo como lograremos parte en su herencia. Hemos inventado un mundo a nuestra manera, y deseamos que Dios nos lo valide. Que pequemos y nadie nos diga nada, porque tenemos libertad.
El mensaje al final nos dice qué pasará si persistimos en esta idea. Dios nos borrará. ¿No nos hemos dado cuenta de que Dios es Todopoderoso? ¿Que no podemos contra Él? Ese fue el error de Adán y Eva. Creer que serían como Dios. No dejemos que la soberbia nos ataque. Humillémonos delante de Dios y reconozcamos su poder y su misericordia. Y digamos, "aquí estoy, Señor, mándame."
martes, 11 de diciembre de 2007
Parábola del guía ciego (Mateo 15, 14; Lucas 6, 39)
Hace tiempo, cuando hacía mi retiro de postulantado para la Orden Franciscana Seglar, me tocó en una de las mesas con un señor que decía ser "rollista" para los cursillos de cristiandad. Que él daba el rollo de la eucaristía. Y que allí le decía a la gente cómo la eucaristía era el "símbolo" del cuerpo de Cristo. Yo me quedé pasmado y no me pude contener, como joven al fin. Y le pregunté: ¿Quién le dijo a usted que la eucaristía es el símbolo del cuerpo de Cristo? Gagueó y no me contestó nada. Yo seguí y le dije: "La eucaristía es el cuerpo real de Cristo, no un símbolo. El pan y el vino son signos sacramentales de la presencia REAL de Jesús allí. Usted no debe andar diciendo eso." Se quedó muy cortado, y yo me preguntaba quién le había dado a esa persona tamaña responsabilidad. Era otro guía ciego.
En la vida ordinaria, hay demasiados ejemplos de esto. Podemos empezar por maestros/as que no se preparan lo suficiente para asistir a sus salones de clase. Se presentan allí e improvisan lo que van a enseñar, o enseñan cosas innecesarias. Quien sufre esto es el estudiantado. Seguimos por personas que no habiendo estudiado una materia se erigen en maestros o maestras de ella. Soy maestro de lengua, y a menudo vienen estudiantes a mis salones de clase y me preguntan: Profesor, ¿tal palabra está aceptada? Y me dicen algún disparate o palabra que no está privilegiada por el habla o la academia. Les pregunto a mi vez: ¿Quién te dijo eso? Ah, mi maestro/a de arte, o de música, o de historia, según sea el caso. Zapatero a su zapato, les contesto. Creo que nuestra responsabilidad en ese caso es estar bien informados antes de emitir juicios sobre materias que no conocemos.
En otros casos asimismo se puede palpar la enseñanza de esta parábola tan sabia. Mi esposa y yo fuimos matrimonios acogedores por unos años en nuestra parroquia. Nuestra labor consistía en compartir nuestra experiencia matrimonial con parejas que se iban a casar. Contestábamos con ellos unos cuestionarios que nos daban la oportunidad de decirles cómo nos funcionaban a nosotros esos elementos que se mencionaban allí. Recuerdo un caso particular. A nuestra casa llegó un día una pareja, cuyo novio se había divorciado antes. Como no se había casado por la iglesia católica, pues ahora lo podía hacer. Tan pronto comenzamos a discutir las cosas, él se adelantaba a dar sus opiniones de hombre experimentado en el matrimonio. Y quería él ser el maestro de su novia. A mí aquello me dio un poco de coraje y le dije: "Fulano, esta es otra experiencia. La primera, en tu caso no funcionó. No puedes traer esas ideas a esta relación porque harán que también esta fracase. Lo que hay que hacer ahora es construir una filosofía de vida que sea de ustedes dos, no la de tu anterior matrimonio." Él se había convertido en un guía ciego porque no había aprendido de sus errores pasados.
En materia de finanzas también se ve la enseñanza de esta parábola sabia. Conozco a una persona que por gastadora se tuvo que ir a la corte de quiebras. Luego otra conocida empezó a tener problemas económicos y ella se presentó a su casa a enseñarle cómo debía ahorrar para poder hacer sus cosas bien.
Esta parábola nos enseña que nuestro primer maestro en materia de espiritualidad es Cristo, luego sus ministros en la tierra, después aquellos laicos preparados que han estudiado bien la teología y nos pueden guiar para aprender lo necesario. En otras materias siempre tenemos que depender de los especialistas en el área. No hagamos como hizo una vez una pacienta de un médico que conozco. Cuando él le preguntó cómo había seguido le dijo que no muy bien, porque no se había tomado los medicamentos que él le recetó. Su vecina le había dicho que esos medicamentos le harían daño. Él le dijo que como su vecina parecía ser doctora en medicina, que se fuera a tratar con ella.
Cristo nos instruye como siempre a buscar la mejor opción para toda nuestra vida.
lunes, 10 de diciembre de 2007
Parábolas del grano de mostaza (Mateo13, 31-32; Marcos 4, 30-32; Lucas 13, 18-19) y de la levadura en la masa (Mateo13, 33; Lucas 13, 20-21)
El primer caso es el del mismo Jesús. Nosotros pensamos que lo que hizo Jesús se ha esparcido por el mundo por el solo hecho de que Él es Dios. Eso es cierto por una parte, pero el mismo Cristo atribuyó a sus apóstoles poderes que hicieron que ese mensaje pequeño se difundiera. Cristo vivió una vida al margen de los poderes. No era de la casta de los sacerdotes, no era fariseo, no era un rabino reconocido por la Ley por la misma razón. Su labor se concentró en una parte de Palestina. Los historiadores de la época, como Plinio el Joven, Josefo y Herodoto, lo consignan como una especie de revolucionario que sufrió la traición y el castigo, como cualquier otro subversivo de la Historia. Pero el solo hecho de enviar a sus discípulos a predicar el evangelio y el hecho de que ellos aceptaran y fueran, reuniéndose a escondidas, y en grupos pequeños, logró lo que hoy sabemos, la religión con más adeptos en el mundo. Lo mismo logró San Francisco de Asís. Él no quería fundar una orden. Sólo deseaba servir a Dios. Empezó solo, y se le fueron uniendo personas que querían vivir ese estilo de vida. Y así nació la orden franciscana.
Si queremos lograr cosas grandes, debemos empezar por lo pequeño. Recuerdo el caso de dos profesoras universitarias. Cuando al Caribe lo azotó el huracán Georges (1998), mucha ayuda fluyó para Puerto Rico y la República Dominicana. No obstante, para Haití no fue así. Ellas pensaron que podían hacer algo por el hermano país. Se presentaron en sus respectivos salones y les dijeron a los estudiantes que el que quisiera podía ayudar a Haití. Que los que quisieran trajeran una bolsita de arroz. Los primeros días obtuvieron más o menos una docena o dos de paquetes de arroz. Luego se les ocurrió que si enviaban un mensaje electrónico al profesorado, alguno podría también hacer la campaña. Y así lo hicieron. Muchos de los/as profesores/as les ofrecieron puntos al estudiantado por aquella pequeña tarea. Al cabo de dos semanas, tenían en sus oficinas más de 1,500 paquetes de arroz, que nos les cabían allí. Se comunicaron con una hermana de la caridad, y ella les dijo que se los enviaran, que la orden los haría llegar a Haití. Ellas lo hicieron, y así cumplieron con la caridad.
Podemos sembrar muchos granos de mostaza en nuestras vidas y en las de los que nos rodean. A los niños/as les podemos enseñar valores desde pequeños/as. Cada día podemos hacer oración, aunque sea poquita, por obras de caridad, por misiones. Santa Teresita del Niño Jesús fue nombrada patrona de las misiones por rezar todos los días por un solo misionero. Uno que ella ni siquiera conocía: "por mi misionero," decía. Se lo podemos encomendar a Dios, Él sabrá qué hacer con nuestra oración. Podemos dar dinero, aunque sea poquito (ninguna cantidad es desdeñable) a alguna entidad caritativa. Podemos predicar algo a alguien. Decirle a alguien que Dios lo ama, en algún momento que sepamos que esa persona pasa por un mal momento. Podemos escuchar a alguien que necesita desesperadamente que lo escuchen. Cada pequeña obra que hagamos hará un bien mayúsculo. Porque las buenas obras son como el efecto dominó, siguen hacia el frente, se multiplican. Así fermentaremos toda la masa. Y así esparciremos también el Reino de Dios.
sábado, 17 de noviembre de 2007
Parábola de la cizaña (Mateo 13: 24-30)
jueves, 15 de noviembre de 2007
Parábola del sembrador (Mateo 13:3-9; Mc 4:3-9; Lucas 8:5-8)
miércoles, 7 de noviembre de 2007
Nuevo ciclo y agradecimiento
Hoy he terminado las meditaciones en torno al Santo Rosario. Comenzaré un nuevo ciclo en el que reflexionaré sobre las parábolas del Señor.
Me he fijado que a este blog entra gente de distintas partes del mundo: España, Argentina, Francia, Estados Unidos, Canadá, Puerto Rico, Venezuela, Chile. Eso me emociona porque veo que en todo el mundo existe una sed de amar a Dios.
Quiero agradecer al directorio de blogs católicos, al directorio católico y al portal amoadios.es por referir personas a este lugar. Esta solidaridad hace posible el que la palabra de Dios pasee por el mundo y llegue a hacer bien en diversos corazones. Espero que algún día se motiven a comentar y a compartir sus propias meditaciones conmigo y con el mundo. Un abrazo en Cristo y María.
Quinto misterio glorioso: La coronación de la Virgen como Reina de la creación (Apocalipsis 12:1)
San Luis María Grignon de Montfort, en su libro De la verdadera devoción a la Virgen María, arguye que existe una predestinación para los hijos de Dios. Ésta es la de los devotos de la Virgen. Aquellos que siguen a María heredarán el cielo. No seguir a María como una diosa, sino a María como la obediente Madre del Salvador. María como la esclava del Señor, María como la que dijo: “Hagan lo que Él les dice.” Sabemos que Jesús es el Señor, que a Él sólo le debemos el culto de adoración, pero también sabemos que María ha escogido ser Ella misma una especie de mensajera del Evangelio y que en los últimos tiempos ha venido a traer mensajes de conversión, mensajes de amor al prójimo y de arrepentimiento de los pecados. María ha tratado de que en el mundo no haya guerras, como pasó cuando se apareció en Fátima, que previno a los prelados contra los errores de Rusia y el comunismo. En los tiempos de la colonia se apareció en México a Juan Diego y pidió que se construyera allí una capilla, que hoy día es uno de los centros de peregrinación más grandes del mundo. En Medugorje se apareció y pidió, como lo ha hecho en otros momentos, el rezo diario del Santo Rosario como medida apaciguadora de la ira de Dios contra el mundo. María se ha portado como una reina que protege a sus súbditos, por eso Dios la exaltó a ese puesto.
Este mensaje del Rosario aparece porque Ella, en su guerra contra las herejías, le comunicó a Santo Domingo de Guzmán la forma en que deseaba que se meditara la vida de su Hijo, de manera que se pudiera sacar el mayor fruto posible de la devoción. El Rosario es la corona de María, nos permite unirnos en oración diaria con millones y millones de hermanos y hermanas que oran, suplican, dan gloria a Dios y detienen los males que los seres humanos nos causamos por la avaricia, la lujuria, el consumismo, la pereza, la comodidad, la poca solidaridad. Cada vez que rezamos el Rosario, también sacamos ánimas del Purgatorio, y las enviamos al Cielo con Jesús y María. ¿Qué mejor trabajo para agradar a la Reina del Universo?
María nos ha enseñado que gobernar se basa en el amor. Darse es la única forma de recibir, como hizo Ella con Isabel, y con su propio hijo Jesucristo. Reinar no es oprimir a los súbditos, es llenarlos de amor, llenarlos de abundancia. Quiero testimoniar que María se ha ocupado siempre de mí. Cuando era joven, uno de los sonidos que más a menudo oía era el susurro de los avemarías de mi abuelita, quien rezaba diariamente el Rosario. Cuando por primera vez decidí pedirle algo a algún ser divino, fue a María a quien acudí. Después, fue María quien me ayudó a convertir en una católica práctica a mi mamá. Lo hizo mediante un devoto suyo, José Coutinho, hoy día sacerdote en Brasil, quien me enseñó que ser devoto de María suponía un camino seguro a la salvación. La Virgen ha estado siempre a mi lado. Mi esposa dice que ella, devota de la Virgen Milagrosa, le pidió siempre que le diera a alguien con quien pudiera rezar el Rosario. Nos unimos hace veintisiete años, después de haberle entregado nuestro noviazgo a la Madre Tres Veces Admirable de Schoenstatt.
María es la Reina de los apóstoles, de los creyentes, de las familias. Nos une en una devoción filial alrededor de su Hijo, el mesías de Dios, el Unigénito. Por eso Ella puede cantar: “El poderoso hizo en mí maravillas, gloria al Señor.”
martes, 6 de noviembre de 2007
Cuarto misterio glorioso: La asunción de la Virgen (Cantar 2:4-6; 6:10)
Muchas personas arguyen que es información falsa, porque no se puede verificar, que nadie puede dar fe de este milagro. Quizá es cierto que no se puede certificar este hecho. Pero lo cierto es que hay demasiadas cosas, incluso en la Biblia, que no se pueden dar por hechos. Pero la inferencia, esa destreza tan útil en la lectura, nos puede dictar mucha información. Habría que empezar por decir que el Padre no iba a dejar que la Madre de su Hijo conociera la corrupción, ya que en los mismos Salmos se dice que “no dejarás a tu fiel conocer la corrupción.” Si eso se aplica a un fiel cualquiera del Señor, ¿cómo no ha de aplicarse a Aquella que se llamó a sí misma: “La esclava del Señor?” María es ese vaso en el que Jesús hace su morada, es sagrario viviente, por cuanto llevó en su vientre al mismo “Santísimo Sacramento.” María se convierte en el modelo de los bienaventurados por su obediencia a la ley de Dios. Se pone incluso por encima de Abraham, a quien Dios le pidió a su hijo Isaac en sacrificio y luego le dijo que no lo hiciera porque ya sabía de su amor. A María no le dio ese beneficio. Se lo pidió y dejó que lo viera allí sacrificado por nuestros pecados.
Para Dios no hay nada imposible. Jesús fue el Hijo de Dios, pero fue también el hijo de María. María lo crió, lo amamantó, curó de pequeño sus heridas y lo consoló en sus penas. Sería de un hijo malagradecido el dejarla corromper en una tumba, como cualquiera de los mortales. Supongo que le podríamos decir a Jesús, que usó a María para sus propósitos, y después la echó a un lado. Eso lo hacemos los humanos, eso lo hacen los ejércitos con sus soldados, los políticos con los jefes de los comités de barrios, lo hacen los chulos con las prostitutas, pero no Dios con los seres que le sirven. La Biblia dice por muchas partes que a quien sirve al Señor le irá bien en sus cosas. La asunción de María confirma eso. Dios se la lleva como premio a su obediencia a la su ley, como recompensa a que no le dijo que no en el momento cuando la necesitó. Como gloria por haber soportado ver a su Hijo colgado de un madero, desnudo, como escarmiento para la gente, en medio de dos ladrones. María es el modelo del cristiano que ha sufrido el más vil de los dolores, por eso la gloria en cuerpo y alma.
Se dice que tanto Moisés (Deut. 34:6) y Enoc (Gen. 5:24), fueron llevados al cielo. ¿Por qué ellos sí y María no? A mí el que la gente no crea eso basándose en esas otras situaciones expuestas, me suena a machismo. Fue lo mismo que pasó con Jesús y las mujeres. Todo el mundo pregunta por qué Cristo no tuvo discípulas. El pueblo de Israel había basado su ley con el hombre como centro. La mujer no tiene un papel preponderante a pesar de ser la que da a luz y cría a los hijos. No podía entrar en el templo cuando tenía la menstruación porque se le consideraba impura. No podía pasar de cierto lugar en el templo. El mismo Pablo, a pesar de haber superado muchas cosas con respecto a la Ley, manda a las mujeres a callarse en la asamblea. No veo por ninguna parte que mande a callar a los hombres, que seguramente hablaban también. Cristo, no obstante, le habla a la samaritana (Juan 4), y perdona a la adúltera. Se le aparece por primera vez a María Magdalena después de resucitado. Seguramente fue a la Virgen María a quien primero se le apareció, para darle el consuelo. Fue Ella quien se quedó al pie de la cruz, con la magdalena, y otras mujeres. Sólo Juan, el discípulo amado, se quedó, de los apóstoles. ¿Suponen ustedes que fue a ellos a quien se les presentó primero? Yo no lo creo así.
Así que la asunción nos habla más que nada de esa obediencia de María. De ese premio de la vida eterna que Dios tiene preparado para los que le aman. Meditemos en eso, para que nuestra vida sea llena de gracia, como le dijo el ángel a María cuando la visitó por primera vez.
martes, 30 de octubre de 2007
Tercer misterio glorioso: La venida del Espíritu Santo (Hechos 2: 1-21)
En este misterio, Dios envía su Espíritu para darles a los apóstoles el conocimiento y la valentía que necesitaban para llevar la buena noticia a todas las naciones. El Espíritu protege a los discípulos. Hay que pedir diariamente el Espíritu a Dios, para que se convierta en nuestro protector. De la misma manera que sacó a Pedro de la cárcel, y a Pablo también, lo hará con nosotros a la hora de los problemas. El Espíritu es consolador, porque nos da la fortaleza para enfrentar los problemas del diario vivir. Nos da palabras para enfrentar a los no creyentes, y para demostrarles que nuestra vida tiene sentido, un sentido que nos viene no de la carne, sino de ese “viento recio”que sopla y nos lleva a cualquier sitio. Es el mismo espíritu que nos hace renacer a la vida, una vida de Dios. Es el mismo Espíritu que nos da el gozo de vivir.
Cuando los apóstoles hablan, después de que ha llegado el Paráclito, las demás personas que vienen de distintos lugares, los oyen hablar en sus propias lenguas. Se trata del fenómeno de hablar en lenguas, uno de los dones precisamente del Espíritu Santo. Se cuenta la anécdota sobre el padre Salvatore Lombardi, el fundador del Movimiento por un Mundo Mejor, que un día trataba de convertir a un turista norteamericano, y como no sabía hablar inglés, se valió de un traductor. Al rato de estar hablando con el turista, el traductor se fue. El padre Lombardi lo llamó y le dijo, “no te vayas, que todavía te necesito.” El traductor le contestó: “Padre, hace como quince minutos que está usted hablando inglés.” Ése es el don que nos da Dios cuando nos unimos a su Espíritu. Nos da asimismo la valentía de enfrentarnos al mundo, nos da la fuerza de combatir la tentación, de curar las enfermedades, de poder suplir al mundo con la abundancia. Sólo hay que pedir ese don al Creador, y lo tendremos todo para dárselo a los que lo necesiten. Dios no quiere que vayamos por el mundo en necesidad, y para eso nos da el Espíritu.
Ese mismo Señor, tercera persona de la Santísima Trinidad, nos conecta con la caridad, y nos hace ver que debemos ayudar al prójimo, que debemos sufrir unos por otros para que este mundo se arregle. Vemos en los versículos 42-47 de ese capítulo 2 de Hechos, la constitución de la primera iglesia y cómo aquellos primeros cristianos, movidos por el Espíritu, ponían todo a la disposición de los apóstoles, para que ellos lo repartieran según las necesidades de cada cual. Vivamos hoy la gracia que nos comunica Dios con su espíritu, para que al invocar el nombre del Señor nos salvemos.
jueves, 25 de octubre de 2007
Segundo misterio glorioso: La ascensión (Hechos 1:9-14)
También hemos sacado a Dios de las comunicaciones. Los derechos de los que no creen tienen que ser servidos. Queremos que Cristo resuelva eso de golpe y porrazo, sin que medie nuestra conversión, sin que medie nuestra intervención. Es muy fácil decirle a Dios que lo haga sin nosotros, pero gozar del beneficio de esa intervención. Tratamos a Dios como tratamos a nuestro prójimo.
Así las cosas, Cristo nos interpela y nos dice que no podemos saber los planes de Dios, pero que nos dará las herramientas para enfrentarnos al mundo. Nos enviará al Espíritu, al Consolador, que nos hará sus testigos. Ya hemos hablado en las meditaciones anteriores de cómo conseguir esa gracia de Dios. Somos nosotros los llamados a instaurar el Reino de Dios en la tierra.
Después de decir esto, Cristo fue arrebatado y una nube lo cubrió. Esa nube nos recuerda siempre a Dios, por el AT. Es la nube de la protección del pueblo de Dios. Cristo se va, y deja a los apóstoles. No los abandona, pues ya les ha prometido: “Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos” (Mateo 28: 20). No obstante, los discípulos se quedan mirando al cielo, y es un ángel quien los amonesta para que sigan adelante. Nos pasa lo mismo cuando nuestros padres y madres nos van dejando de la mano, y también nuestros maestros(as). Ya nos han enseñado, ahora esperan que nos enfrentemos al mundo. Seguir esperando que nos resolverán los problemas es estancarse en la vida. Ya Cristo había dicho lo necesario para que se salvaran y salvaran al mundo. Ese es nuestro compromiso. No podemos quedarnos encerrados en nuestras iglesias y en nuestras devociones, disfrutando de Jesús, como quería Pedro en la transfiguración. Hay que bajar al mundo y ser testigos del Señor. Cuando recibamos el Espíritu, ascenderemos como Él, y también ayudaremos a implantar en el mundo el Reino de Cristo Jesús.
martes, 23 de octubre de 2007
Primer misterio glorioso: La resurrección (Jn 20:1-18; Mt 28:1-8; Mc 16:1-8; Lc 24:1-11)
Al resucitar, Jesús no sólo nos abrió las puertas de ese Cielo que Él describe, sino que asimismo nos plantea que debemos hacer algo para ganárnoslo. No basta con decirle Señor, Señor, como dice en el Sermón de la Montaña. Tenemos que mantenernos activos en la caridad fraterna. Para los apóstoles, la resurrección resultó ser un súper acontecimiento, pues fue algo que no se esperaban. Cada vez que el Señor lo anunciaba, ellos se quedaban callados, o se preguntaban qué significaba aquello. Incluso sucedió que en muchas de las apariciones no lo reconocían. Sólo lo llegó a reconocer Juan en un momento dado. Creo que por su juventud, su inocencia. Pedro estaba demasiado embebido con el trabajo de la pesca para reconocerlo. Es lo que nos sucede a menudo. El Señor se presenta muchas veces ante nosotros, resucitado, en su cuerpo glorioso, y no lo reconocemos. Ese cuerpo glorioso puede ser el de un enfermo, el de un pobre, el de un necesitado de justicia, a quienes Cristo llama “bienaventurados.”
También se nos presenta en la Eucaristía, como les pasó a los discípulos de Emaús. Estuvieron con Él, compartiendo por el camino. El Señor les explicó las Escrituras, y cómo se decía lo que debía pasarle al Mesías. Luego de eso, partió el pan con ellos, y entonces lo reconocieron. ¿No estamos con Él cada domingo en el partir del pan? ¿No nos explica las Escrituras a través de sus ministros? ¿Por qué entonces no lo reconocemos? Ciertamente no lo reconocemos cuando salimos muchas veces a hacer lo mismo que hacíamos antes de entrar a la iglesia: hablamos mal del prójimo, pensamos mal de la gente, pisoteamos a nuestros/as empleados/as, mentimos, y luego juzgamos a los demás porque no van a la iglesia o no confiesan y comulgan.
La resurrección nos debe cambiar como cambió a los apóstoles. Luego de la crucifixión los apóstoles se escondieron por miedo a los judíos. Cristo se les presentó en aquel recinto y les comunicó el Espíritu Santo. Les dio el poder de perdonar pecados, y de ahí en adelante, estos discípulos cobardes se convirtieron en otras personas. Pedro murió crucificado de cabeza, después de haber negado tres veces al Señor, Juan casi muere en el exilio por predicar el Evangelio. Santiago murió despeñado desde un edificio. San Pablo, aunque no fue de los apóstoles originales, también dio la vida por Jesús. Eso, sin hablar de los milagros que hicieron después de que Cristo los bendijo aquel día: Pedro curaba con su sombra, Pablo resucitó a un hombre que cayó desde una gran altura a causa de haberse dormido durante uno de sus sermones. ¿Hemos pensado en ese poder que emana de la resurrección de Cristo? ¿Por qué en nuestro tiempo existen tan pocos milagros? Es que la fe se ha ido extinguiendo. El mismo Jesús se pregunta si habrá fe cuando Él vuelva. La fe la han ido sustituyendo la ciencia y la tecnología. Nos sentimos cómodos en nuestras casas, con aire acondicionado, con Internet, con teléfonos celulares, con toda clase de comodidades. ¿Nos cambia la resurrección de Cristo? ¿Permitimos que el Espíritu de Dios nos haga hombres y mujeres distintos, locos por predicar la Buena Nueva, o sólo vamos el Domingo de Ramos a buscar la ramita y el Domingo de Pascua vamos a la iglesia a lucir nuestras mejores galas?
Cristo no resucitó para que tuviéramos una fiesta social ese día, sino una fiesta celestial para que resucitáramos con Él. Para que nuestra vida fuera diferente a la de aquellos que no creen. Resucitó para decirnos que podíamos perdonar a la gente que nos hace mal, y que podíamos comunicar el Espíritu a aquellos incrédulos que necesitan una esperanza. Porque de eso se trata el pecado, de no entender la misericordia de Dios. Cristo nos ha puesto para que seamos la esperanza de los desesperanzados, la caridad de los que carecen de amor, y la vida de aquellos que sin saberlo han muerto a la eternidad.
Ése es el sentido de la resurrección. Cristo ha vencido a la muerte, y con ella, venció también al pecado. Vayamos con Él a dispersar el mensaje: “He visto al Señor, y me ha dicho grandes cosas.”
lunes, 22 de octubre de 2007
Quinto misterio doloroso: La crucifixión (Mt 27: 32-50; Mc 15: 20-37; Lc 23:33-38; Jn 19: 17-30)
Todavía en la cruz Cristo nos alecciona. Tradicionalmente se celebra durante la Semana Santa el discurso de las Siete Palabras (que meditaremos más adelante y por extenso). Esas palabras de Cristo en la cruz nos dicen que no ha existido nadie como esta persona en este mundo. El camino del Calvario debe ser para nosotros símbolo de nuestros sufrimientos en la vida. Cristo cae tres veces, para simbolizar la infinidad de ocasiones en las que el cristiano caerá por muchas razones. Pero el Maestro se levanta cada vez. Nos alecciona a nunca cejar en nuestros propósitos de enmienda. Cuando los soldados toman a Simón de Cirene y lo obligan a llevar con Él la cruz, pensamos en que nos toca parte de esa obligación. Debemos ayudar a Jesús con su carga. Eso implica dar de comer al hambriento, vestimenta al desnudo, confort y apoyo a los reos y a los enfermos, oración por los muertos y los afligidos.
En la cruz Cristo demuestra perdón, solidaridad (al dejarnos a su Madre), tolerancia. La cruz se convierte en el símbolo de los cristianos por excelencia. Pablo dice que predica a un Cristo crucificado. Por eso lo usamos en cadenas, en nuestras oficinas y casas, porque nos recuerda el sacrificio del Señor, y porque nos alienta a sufrir con paciencia los vejámenes que nos hacen por practicar nuestra religión. Ser cristiano es cargar con esa cruz y dejarnos crucificar por el mundo. Crucificar en nuestros cuerpos los lastres que nos dejan el mundo y sus imágenes. Significa perdonar y tolerar a nuestro prójimo con sus defectos y virtudes, que no son ni mejores ni peores que los nuestros.
La cruz también implica saber que los delincuentes, como los ladrones que crucificaron al lado del Señor, también son seres humanos. Como el buen ladrón, se arrepienten de sus pecados y se ganan la gloria. Estos ladrones representan a las clases marginadas de este mundo: las prostitutas, los extraviados del sistema, etc. También a ellos Cristo les da la oportunidad de regenerarse. Y no los cuestiona. Cuando muestran el arrepentimiento, los perdona y les da la vida eterna en el acto, como hizo con aquel ladrón que le pidió que se acordara de él cuando estuviera en su reino. Fue un acto sencillo de fe. “Yo creo que Tú eres un rey y que me puedes beneficiar.” Se compara al acto de fe del centurión y de todos aquellos que se acercaban al Maestro para beneficiarse de su poder omnímodo.
La cruz y el sufrimiento también implican, que como en aquel momento, María estará a nuestro lado. No nos dejará si sufrimos por el Evangelio, o por su Hijo, o por Ella. De igual manera, saciará nuestra sed de justicia y equidad.
Cristo, al terminar nuestra vida, si hemos obrado conforme a sus enseñanzas, nos dejará decir, como Él, “Todo se ha cumplido. Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.”
jueves, 18 de octubre de 2007
Cuarto misterio doloroso: Jesús carga con la cruz (Mt 27:27-34; Mc 15:16-21; Juan 19: 2-5)
Luego lo azotan y se burlan de Él. Le ponen la corona de espinas y lo llevan a crucificar. En el camino se cae tres veces, pero se levanta a latigazos. Se encuentra en el camino con las mujeres que lloran. Y les dice que no lloren por Él, sino más bien por ellas y por sus hijos. Lo que significa esta sentencia de Jesús es que si no se respeta la autoridad mayor, y les damos ejemplos a nuestros hijos e hijas, ¿qué podemos esperar?
Según la tradición, es en este camino cuando Jesús también encuentra a la Verónica, quien limpia su cara y a quien Jesús le deja impresa su imagen en el paño. Este paño se dice que está en el Vaticano, pero nunca se habla de él. No es como el manto de Turín, del cual se han hecho muchos estudios. Algunos estudiosos alegan que esto puede ser una leyenda, pues el nombre de Verónica guarda un símbolo: según ellos, significa “verdadera imagen” (veron ikon). Así que puede ser parte de una tradición, y no necesariamente un hecho verídico. Lo que sí nos dice es que Jesús nos deja su imagen para que le recordemos. Es lo mismo, de cierta manera, que hizo con la Eucaristía.
Más adelante se encuentra con su Madre. María ha tenido que soportar este espectáculo público que los romanos y los judíos han montado, todo por una cuestión política en el fondo: los romanos tenían miedo de una revuelta, tanto por parte de Jesús primero, como de los judíos, si no lo crucificaban. Sabemos que Jesús no había hecho nada más que bien: curó enfermos, multiplicó los panes, resucitó muertos. Sin embargo, era ese mismo poder el que ellos temían. “No encuentro ningún mal en este hombre,” había dicho Pilatos, a quien su esposa ya le había advertido. Por eso se lava las manos. No obstante, esta actitud no lo salva. Debemos aprender que cuando algo está mal, lavarnos las manos no basta con zapatearnos de la situación. Hay que hacer algo positivo. Pilatos pudo haberlo soltado, ya se lo habían dicho, y él mismo no hallaba ninguna culpa. Los cristianos somos así a veces. Dejamos que las cosas malas pasen y no tomamos acción. No tenemos que ser héroes y heroínas. Basta con pequeñas cosas. La oración es eficaz, así que pongamos en agenda todo aquello que necesite reparación, por terrible o imposible que parezca.
María tiene que sufrir este espectáculo porque sabía que ahí estaba la salvación del mundo. No discutía Ella con el Padre, Su propio Hijo no lo había hecho. Siempre fue fiel a la palabra de Dios, pero nunca abandonó a su vástago. Lo protegió cuanto pudo, pero al fin y al cabo, Él era el Maestro, el salvador del mundo. Él mismo había escogido ese camino cuando se encarnó. Imitemos a María en su obediencia a la palabra del Señor.
miércoles, 17 de octubre de 2007
Tercer misterio doloroso: La coronación de espinas (Mc 15: 17-19).
No era la primera vez que un caudillo cae presa de sus propios seguidores. Bruto había traicionado a Julio César. No sería la última. Los redentores siempre terminan crucificados, reza el refrán. Los ejemplos son múltiples. Pero no es eso quizá lo más importante de este misterio. Jesús acepta la corona de espinas como un sacrificio para expiar los pecados de pensamiento de la humanidad. Es quizá lo mismo que pasó con la flagelación, que la aceptó por expiar los pecados del cuerpo.
Los seres humanos somos muy dados a pensar mal. “Piensa mal y acertarás,” dice un refrán. Así, nosotros desconfiamos casi sistemáticamente de la gente. Vamos por el mundo pensando que los demás quieren hacernos daño. Pensamos que nadie hace nada por nadie si no es por interés. Esa cualidad nos aleja de nuestro prójimo, porque no podemos poner en práctica aquel mandato de Cristo de “al que te pide, dale.” Y no damos porque inmediatamente nuestra mente comienza a fraguar toda clase de excusas: Los quiere para drogas, ¿por qué no trabajará?, que se busque a otra persona a quien coger de boba, etc.
Es en nuestra mente donde se cuecen los prejuicios. Casi siempre somos nosotros los perfectos. Los demás, que aprendan de nosotros. Los pobres son vagos, los ricos son corruptos, los médicos avaros, los abogados mentirosos, los viejos, anticuados, los jóvenes, peligrosos y vagos también, los negros, pillos, los homosexuales, pervertidos, las mujeres, estúpidas y chismosas, los hombres, infieles. Y así por el estilo, buscamos en la gente toda clase de defectos para justificar nuestra propia existencia.
La mente también crea el mundo que nos rodea. Así, vemos las cosas con el color que lo pintamos en nuestro cerebro. Nos levantamos y pensamos que el día nos irá bien o nos irá mal, y de esa manera actuamos. Hablamos de las cosas que nos salen al paso en la mente dependiendo de nuestra situación, y no tratamos de cambiarlas. Jesús siempre hablaba de amor, y creo que en ese sentido llenar nuestra mente de amor cambiaría radicalmente las cosas a nuestro alrededor. San Vicente de Paúl decía que no eran las cosas las que nos afectaban, sino nuestra percepción de las cosas. Y todo eso no es más que asunto de nuestra mente.
Por eso para cambiar nuestros pensamientos, debemos llenar nuestra mente de los preceptos de Dios. Dios nos dice en la Sagrada Escritura que si seguimos sus mandamientos triunfaremos en la vida. Lo repite de muchas maneras en el Antiguo Testamento. Jesús lo dice de otra manera, “el que me sigue obtendrá aquí el ciento por uno, y después la vida eterna.” La mejor manera de llenar nuestro espíritu y nuestra mente con las enseñanzas de Dios es leer por la mañana la Escritura, preferentemente los Salmos, donde se habla constantemente de la misericordia de Dios. Y por la noche, hacer lo mismo o terminar el día con una lectura motivadora, espiritual. Entrenémonos asimismo en pensar bien de todo, buscándole a cada cosa una razón de ser que no se base en el prejuicio.
Cristo sabía lo que implica la mente. Por eso, de alguna manera nos lo hace saber cuando dice que “el Reino de Dios está dentro de ustedes.” Sabía que nuestro interior guarda tesoros insondables. Así que hay que mantenerlo limpio. Si Él aceptó esa corona de espinas, fue para que comprendiéramos lo que nuestra mente puede hacer. No desechemos ese sacrificio del Maestro.
martes, 16 de octubre de 2007
Segundo misterio doloroso: La flagelación del Señor atado a la columna (Juan 19: 1; Marcos 15:15; Mateo 27:26)
En el evangelio de Juan, antes de la flagelación se da el diálogo entre Jesús y Pilato. Un diálogo interesante en el que el Señor le hace ver que Él es un rey, pero que no tiene nada que ver con este mundo. Por eso mismo es que sufre. Sus compatriotas querían, como hemos dicho, alguien que se pareciera más a Saúl, a David, aquellos reyes que se presentaban en un país y lo asolaban. El reino de este mundo no es para Jesús. Él no vino a subyugar pueblos, ni a vengarse. Por esa razón lo azotan. Sus metas no son las nuestras. Las nuestras son adquirir cosas, tener sexo, vivir cómodamente, ganar infinidad de dinero, y no prestarle ninguna atención a quien necesita, porque seguramente se merece pasar pobreza. ¡Que se vaya a trabajar! No queremos un rey que diga que quien es testigo de la verdad lo sigue a Él. Si la norma en nuestras vidas es por lo general la mentira. Los sistemas han hecho de la mentira su regla de vida. Nos pasan el rolo con cargos que no existen en los contratos, con reglas que se inventan para ganar más dinero. Los contribuyentes se inventan dependientes que no existen para pagar menos. Muchos comerciantes alegan ganar una cantidad cuando en realidad se ganan el doble. Muchos empleados se roban materiales de las oficinas y las compañías con la alegación de que la compañía no lo necesita. Mucha gente en urbanizaciones y barrios abren las tomas de agua para bañarse en el verano, “porque esa agua no es de nadie.” Muchos maestros y maestras van a sus salones sin prepararse o faltan sistemáticamente un día a la semana para derrotar al sistema.
Incluso les enseñamos a nuestros hijos a mentir, porque “la verdad hiere.” Una vez vi a una señora estacionar su carro frente a la iglesia. De ella se bajó su hija, que no había ido a misa, y se paró en la fila con el boletín parroquial para que el sacerdote se lo firmara como que había asistido. Lo necesitaba para que en la escuela católica a la que iba supieran que ella era una católica práctica. ¿Y queremos que no haya políticos corruptos? Si nosotros mismos los creamos.
Somos los que flagelamos al Señor diariamente. Lo atamos para que no se mueva, para que se quede ahí mientras le pegamos, lo escupimos y le decimos que nos parece mejor alguien que hace algo por el mundo, que guerrea para que no haya terroristas, que mata a inocentes porque hay que parar a esos “asesinos.” Nos gusta que condenen a los reos a la pena de muerte, igual que los judíos de aquella época, porque tienen que pagar por lo que hicieron. Eso de “al que te pegue en la mejilla derecha, pone también la izquierda,” está bien para el cuentito de los evangelios, pero en este mundo no se puede ser así, porque te cogen de zuruma.
¿Para qué somos cristianos? Cristo es el Príncipe de la Paz que describen los profetas. Sus enseñanzas vienen para que este orbe adquiera verdaderamente la paz, la paz que no es de este mundo, la que Él nos trae. No sigamos propinándole azotes, no lo escupamos, ni nos burlemos de Él.
lunes, 15 de octubre de 2007
Primer misterio doloroso: La agonía de Jesús en el huerto (Mateo 26:36-46)
En un sinnúmero de ocasiones, nos pasamos una noche entera viendo televisión, o nos vamos de fiesta y regresamos en la madrugada. Cuando la adrenalina está así de alta, no nos da sueño. Sin embargo, cuando vamos a una vigilia de oración, nos quedamos dormidos de una. Recuerdo hace mucho tiempo cuando hacíamos retiros, de jóvenes. Como nos quedábamos hasta tarde en las conferencias, la mitad de los participantes se dormían en medio de las conferencias de la noche. Pero cuando se iban a los dormitorios, la conversación no paraba hasta las 2:00 o las 3:00 de la madrugada. ¿Por qué somos tan perezosos para las cosas de Dios? ¿Por qué el sueño es solamente cuando necesitamos hablar con el Señor?
Cristo le pide al Padre que si se puede, no deje que pase este sufrimiento de morir en la cruz. Se lo pide por tres veces, “diciendo aún las mismas palabras.” ¿Qué es el sufrimiento, y para qué sirve? Siempre pensamos que sufrir es gratuito. Cristo sufrió por nuestros pecados. Así que el Dios de la Gloria, que se encarnó para salvarnos, no escapó del sufrimiento. San Pablo dice que terminamos en nosotros los sufrimientos o la pasión de Cristo. Esto significa que cuando Dios permite que suframos resulta conveniente para algún o algunos seres humanos. Por eso no existe para la Iglesia la eutanasia, porque no sabemos para qué ha designado Dios ese sufrimiento por el que pasa esa persona en ese momento. Cuando quitamos la vida a un ser humano por esa razón quizá estemos obstaculizando el proceso de salvar un alma o aplacar los sufrimientos eternos de otras. Una práctica saludable espiritualmente se traduce en que cada vez que suframos algún revés en nuestra vida, lo apliquemos por alguna noble causa. San Luis María Grignon de Montfort le decía a la Virgen que usara sus sufrimientos para lo que Ella los necesitara. Así, poco a poco, iremos entendiendo los diversos malestares que nos aquejan. Si Cristo no se pudo salvar de ese sufrimiento mayor, de esa gran humillación, par salvarnos, creo que podemos sufrir con alegría o sin disturbios emocionales aquellas situaciones en las que pasamos algún mal de este mundo. Job es un magnífico ejemplo de lo que le sucede a la gente que decide andar con el Señor.
Lo importante es que Cristo le dice al Padre que se haga su voluntad. No sabemos cuál es la voluntad de Dios para nosotros. Es menester pedirle al Espíritu Santo que nos ilumine cada día para saber qué Dios quiere de nosotros. Por el momento nos puede bastar el consejo que les dio una monja a mis estudiantes de décimo grado hace más o menos 24 años: “Hacer la voluntad de Dios es hacer lo que tienes que hacer cuando lo tienes que hacer.” Miremos nuestra vida, ¿qué es lo que nos toca hacer? Hagámoslo con amor, con honestidad, con disciplina. Haciendo esto evitaremos que llegue el que va a entregar al Señor.
viernes, 12 de octubre de 2007
Quinto misterio luminoso: La institución de la Eucaristía (Mt 26:26-29; Mc 14:22-25; Lc 22:19-20)
Este momento se cuenta, como vemos, en tres de los Evangelios, los llamados sinópticos. La escena es sencilla, Cristo comparte con sus discípulos la última noche antes de padecer. Ya se la ha anunciado varias veces durante su caminar: será entregado en manos de pecadores, lo condenarán a muerte, y luego resucitará al tercer día. Los apóstoles no entendieron aquel mensaje. Era obvio que esperaban a un mesías político, o guerrero. No concebían en su mente la posibilidad de que aquel ser tan poderoso, que podía curar a los enfermos, dar de comer a las multitudes, resucitar muertos, fuera a morir a manos de una serie de gente que ni siquiera entendía su mensaje. Nosotros no somos tan diferentes de los apóstoles. Me parece que a veces para nosotros también Cristo es un personaje de una historia, no el Dios real que puede salvarnos. Por lo menos los apóstoles sabían de su poder, lo habían atestiguado. Ahora el Maestro les decía que tenía que morir.
jueves, 11 de octubre de 2007
Cuarto misterio luminoso: La transfiguración del Señor (Lc 9:35)
Cristo se transforma mientras ora. Este fenómeno es común también en los santos. No que se transformen como pasó con el Señor, pero sí que cuando la oración es profunda, sufren un cambio tanto espiritual como físico. Se dice que San Martín de Porres levitaba mientras oraba. Santa Teresa de Jesús caía en un estado místico de arrobamiento que le permitía ver y sentir la pasión del Señor. Lo mismo sucedía con San José de Cupertino: se levantaba del suelo en el momento de la oración. ¿Es nuestras oración tan efectiva que logra que pasemos por esa clase de transformación, o sólo nos limitamos a rezar mecánicamente las devociones que hemos aprendido toda la vida, sin darle siquiera pensamiento a lo que estamos haciendo? ¿Conversamos con Dios, y lo miramos cara a cara como Moisés, o pensamos siempre que no somos dignos de ni siquiera hablarle?
El que se le vuelva tan blanco el vestido a Jesús nos comunica que la oración también logra que nuestros pecados se disuelvan. La oración es el salvoconducto de la fe. A la vez que oramos esas palabras que pronunciamos entran en nuestro espíritu y poco a poco lo transforman, lo limpian, lo asocian con la divinidad y permiten el libre flujo de la gracia por nosotros. De ahí que quienes se aparecen sean Moisés y Elías, representantes de lo más excelso de las creencias de los judíos: la Ley y los Profetas. ¿Qué implicará esta aparición? La oración nos da la fuerza para cumplir con los mandamientos y nos deja meditar sobre las enseñanzas de los profetas que tenemos en nuestro tiempo. Y si creemos que no hay profetas, nada más tenemos que mirar a nuestro alrededor y fijarnos en las grandes héroes de la fe: Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Carlos Manuel Rodríguez. Además de estos portentos, existen escritores religiosos que con su palabra aleccionadora nos sirven de profetas: Carlos Vallés, Henry Nowen, Anthony de Mello. Hoy día también los libros del papa Benedicto XVI nos enseñan cuestiones importantes sobre la fe.
Los tres apóstoles atestiguan esta transformación de Jesús, que avala su divinidad, y también ven a sus dos acompañantes. Nuestros ojos de la fe deben entrenarse para ver la gloria de Dios. La mejor forma lo supone la compañía constante del Maestro. Poco a poco hemos aprendido qué debemos practicar para que Jesús permanezca en nuestro espíritu: la oración, la caridad, el perdón. Otra costumbre que hay que cultivar es la visita frecuente al Santísimo Sacramento del altar. Nuestro Señor cometió dos locuras antes de partir nuevamente para el cielo: la eucaristía y la cruz. Se quedó con nosotros para acompañarnos. De manera que también nos toca acompañarlo a Él. Esa visita diaria o semanal se hace necesaria para cultivar la amistad de Dios. Nos dará la visión que se requiere para pasar a esa dimensión donde veremos la Gloria de Dios.
Finalmente la admonición de Dios de que Éste es su Hijo y hay que escucharlo, no puede caer en saco roto. María nos dijo: “Haced lo que Él os diga,” y hoy el Padre nos dice: “Escuchadle.” Jesús nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” ¿Hay otras directrices para salvarse? Ahí están todas. Cuando todo eso pase, quedaremos como Pedro: “Que bien se está aquí, Maestro.” Y como él, no querremos salir de ese arrobamiento, porque probar la Gloria aquí nos fortalecerá para pasar cualquier prueba.
“Por aquellos días, no contaron nada de lo que habían visto,” termina este pasaje. Pero lo contaron. Lo sabemos porque nos hemos enterado. Lo sabemos porque los discípulos dieron testimonio de haber estado con el Señor de los Señores, el Elohim del AT, el Creador del Universo, la Palabra de Dios hecha carne. Lo sabemos porque su miedo se disipó, porque no se quedaron en el Monte Tabor viendo la figura transformada de Cristo, porque no se quedaron mirando al cielo después de la Ascensión. Lo sabemos porque anunciaron a los cuatro vientos que Cristo es el Señor, para Gloria de Dios Padre. ¿No debemos hacer nosotros lo mismo? Que la transfiguración del Señor sea aliciente para nuestro apostolado, como lo fue para Pedro, Juan y Santiago.
miércoles, 10 de octubre de 2007
Tercer misterio luminoso: La predicación del Reino y la llamada a la conversión (Mc 1:15; 2:3-13)
En un segundo evangelio asociado a éste, se nos cuenta de la curación del paralítico. Unos hombres han traído a un enfermo para que Jesús lo cure, y lo bajan por el techo, porque hay demasiada gente oyendo al Maestro. Cristo, al ver la fe de sus amigos, le perdona al hombre sus pecados. Ante la duda de los fariseos de si Él puede perdonar pecados, entonces Jesús lo manda a levantarse y a llevarse su camilla. Si examinamos de cerca este pasaje, encontraremos que las señales de que el reino está cerca, se encuentran presentes ahí. En principio, una señal auténtica de que tenemos en Reino entre nosotros es la fe. Cada día vemos cómo más y más personas buscan de Dios. Nuestras vidas están vacías si no tenemos al Creador junto a nosotros. Practicar la fe cada día de nuestras vidas se hace imperioso para traer el Reino a nuestra existencia. Lo hacemos cada vez más íntimo si confiamos plenamente en Dios. La segunda señal es el perdón de los pecados. Para los fariseos y los demás judíos que seguían la Ley, el perdón de los pecados radicaba en una serie de prácticas rituales: sacrificios cruentos de animales, o sacrificios personales que estaban prescritos en la Torah. Para los cristianos basta el sacramento de la reconciliación, el arrepentimiento, porque Jesús se llevó el resto con su sacrificio cruento en la cruz, y eliminó esa práctica. La penitencia que se nos impone en la confesión es simbólica, en tanto y en cuanto no es sólo eso lo que conlleva el sanarte del pecado. Para que el pecado no afecte nuestra vida debemos arrepentirnos y proponernos efectivamente no pecar más. Salir de la confesión con la determinación de seguir haciendo lo que hacemos nos garantiza la infelicidad y el infierno. Cristo mandaba a la gente a no pecar más después de curarlos, o después de perdonar alguno de sus pecados. Y por último, Cristo es el maestro. Los profetas decían que en los últimos tiempos nos dejaríamos enseñar por el mismo Dios. Ahí está la prueba. El Dios encarnado es quien nos dirige en nuestro caminar espiritual.
Para lograr que ese Reino venga a nosotros, como reza el Padrenuestro, debemos mostrar fe, arrepentirnos de nuestros pecados, convertirnos y dejar que Jesús entre en nuestras almas con su predicación de amor a Dios y a nuestro prójimo.
martes, 9 de octubre de 2007
Segundo misterio luminoso: Las bodas de Caná (Jn 2: 1-11)
Esta primera parte del misterio nos coloca nuevamente en el tema de la humildad, como en los anteriores. Por un lado, Jesús es el maestro, el Dios de la Gloria encarnado, pero que obedece a su madre terrenal, como lo hizo aquella vez hace mucho tiempo en el templo. María, por otro lado, es la criatura que ante el Dios Glorioso no se echa hacia atrás e intercede para que se resuelva este percance. Una segunda lección que aprendemos es que no debemos temerle a Dios a la hora de pedir por el prójimo. Aun cuando Cristo la amonesta de cierto modo, la Virgen insiste, da por sentado que Dios encarnado en su Hijo le hará el milagro. Y la tercera lección es la fe. Como el centurión, como la hemorroísa, como el ciego, como la mujer cananea que le dice que los perros comen de las migajas que caen de la mesa de los amos, María pide como si ya le hubieran hecho el milagro. Deja atrás el miedo, la pusilanimidad, para que aquello que necesita se dé por hecho. Una cuarta lección de este pequeño pedazo del misterio es que María nos dice que tenemos que hacer lo que su Hijo diga. No se adjudica el milagro. Su Hijo es el importante. Su trabajo es un trabajo callado, pero efectivo.
La Virgen es nuestra intercesora ante Jesús. Jesús es el Dios de la Misericordia. Cuando tengamos problemas propios o ajenos que queramos resolver, acudamos a la Virgen. Ella se lo dirá a su Hijo y Él nos lo concederá.
El milagro del vino comporta otros temas que debemos auscultar. Jesús es el dueño de la abundancia. Como en el milagro de los panes y los peces, nos damos cuenta de que no faltaría nada en el mundo si nos diéramos cuenta de quién dispensa los bienes. Siempre queremos hacer las cosas por nosotros mismos. En muchos casos, eso no es posible. Aprendamos que hay una fuente inagotable, Dios. Los problemas serían menos problemas si comprendiéramos el poder de Dios. María así lo entendió y se puso en manos del que podía darle lo que ella quería. Es probable que creamos que todo lo sacamos de nuestro trabajo, de nuestro talento. Pero la realidad no es esa. Es Dios quien suple nuestras necesidades, nadie más. Sí tenemos que hacer por el prójimo, pero cuando no esté a nuestro alcance, acudamos a Dios. Fue lo que hicieron los apóstoles durante la multiplicación de los panes. Cristo les dijo: “Dadles vosotros de comer” (Mt 14:16). No obstante, ellos replicaron: “No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces” (Mt 14: 17), como quien dice, ¿qué vamos a hacer con tan poquito? Y es entonces cuando Jesús entra en acción.
En este misterio las lecciones de fe en el poder de Dios y en la intercesión de María son claras. Aun cuando alguna gente crea que María no tiene ningún poder, sería justo preguntar, ¿quién no le hace un favor a su madre? Sólo un hijo malagradecido le negaría un favor a su mamá. Jesús se porta como el buen hijo que es, y así nos enseña que si acudimos a su Madre, Él nos hará muchos favores. De ella aprendemos que sólo la humildad, la fe y la perseverancia nos conseguirán frutos espirituales sin término.
lunes, 8 de octubre de 2007
Primer misterio luminoso: El bautismo del Señor (Mateo 3:13-17)
¿Cómo podemos ser humildes? La mera palabra, para muchos, es ofensiva. Humilde en algunos casos significa “indigente.” En otros, y para muchos, significa ignorante, cobarde, poca cosa. No entienden que la humildad no se trata de eso. Cristo la define muy bien cuando en el Sermón de la Montaña nos dice: “Amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Mt 5:44). Asimismo nos señala: “Cuando hagas, pues, limosna, no vayas tocando la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser alabados de los hombres…” (Mt 6:2). Por último, también nos dice: “Si vas, pues, a presentar una ofrenda ante el altar y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano y luego vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5:23-24). Para mí, el colofón de esta lección de sabiduría viene cuando el Maestro habla sobre la ley del Talión: “No resistáis al mal, y si alguno te abofetea en la mejilla derecha, dale también la otra, y al que quiera litigar contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto, y si alguno te requisara para una milla, vete con él dos. Da a quien te pida y no vuelvas la espalda a quien desea de ti algo prestado” (Mt 5:39-42).
Cristo, en este misterio, se presenta humilde, pues le dice a Juan que hay que respetar la Ley, que hagan lo que está mandado. Ya hemos visto cómo José y María obedecían la Ley, y hacían lo que estaba prescrito. Enseñaron a su Hijo a cumplir con ella también. Ahora Jesús no se ensoberbece de ser el Escogido de Dios. Antes se muestra sumiso ante alguien que es inferior a Él, porque es su criatura. ¿Cuántas veces no hemos sido humildes? ¿Cuántas veces no damos al que nos pide porque decimos que lo quiere para drogas, o lo mandamos a trabajar? ¿O incluso le decimos cosas como “Cristo te ama,” para demostrarle asimismo nuestra superioridad? ¿Cuántas veces no perdonamos al hermano porque lo tildamos de hipócrita? ¿Y nosotros qué somos en ese caso? La humildad es en extremo difícil. Si practicamos ese programa que Jesús nos pone en el Sermón de la Montaña avanzaremos en nuestra vida espiritual.
Aun nos queda, no obstante, otro aspecto. El Espíritu Santo se posa sobre Cristo para que sepamos quién es Él. También el Padre habla desde el cielo para decirnos que es en Él sobre quien están puestas sus complacencias. Esto significa que Jesús es la vara con la que nos debemos medir. Siempre que haya una duda moral o espiritual, debemos preguntarnos: ¿Cómo lo haría Cristo? ¿Humillaría Cristo a un mendigo? ¿Se burlaría de una prostituta? ¿Rechazaría a alguien por cualquier condición social? ¿No perdonaría a alguien y se excusaría: “Sé que esto no está bien, pero no puedo hacerlo de otra manera”? Cristo es el camino, la verdad y la vida, ya lo dijo Él mismo. Si queremos ser como Él debemos imitarlo en su humildad ante las cosas de este mundo, ante las personas. Tenemos, como cristianos, que negarnos a nosotros mismos. La naturaleza humana pide a gritos cosas que no están bien, y por eso hay que decirle que no. Auscultemos los siete pecados capitales y las virtudes que se les oponen. Es el mejor programa que podemos usar para ser “perfectos como nuestro Padre en el cielo es perfecto.”
jueves, 4 de octubre de 2007
Quinto misterio: El Niño perdido y hallado en el templo (Lc 2:40-52)
José y María se angustian de haber perdido a Jesús en la caravana. Inmediatamente salen a buscarlo. Pensaron que estaría con sus parientes, pero no estaba. Ellos, como cualquier ser humano, creyeron que el Niño estaría seguro entre la gente conocida. La diferencia entre ellos y otros padres es que la seguridad de que eso era así provenía de que la educación que le habían dado a su hijo proveería para que no se perdiera o estuviera con la gente equivocada. Y así mismo fue. Jesús estaba entre los Doctores de la Ley, en el templo. En el lugar al que sus padres lo llevaban cada sábado. Haciendo preguntas sobre lo que oía diariamente en su hogar, la palabra del Señor. Éste es otro ejemplo que tenemos que seguir: debemos enseñar a nuestr@os hij@s con qué gente deben reunirse, y qué lugares frecuentar. La casa del Señor es el mejor lugar para que estén. Jesús se encontró allí. Hoy día los lugares preferidos de muchos jóvenes no son las iglesias ni los lugares de culto: son las discotecas, los cines, los pubs; en algunos casos los prostíbulos. ¿Qué sabiduría se encuentra en esos lugares? El cine y la literatura muchas veces pintan esos lugares como imágenes del infierno. No porque el infierno sea así, sino porque son lugares en los que no se aprende nada bueno, y lo que te llevas para la vida si estás siempre ahí son vicios y malas costumbres. No quiere decir esto que alguna que otra vez no vayas a un pub o a una discoteca. Lo malo es que ésos sean los únicos lugares que frecuentes y no salgas de ellos. En la meditación anterior vimos cómo Ana la profetisa no salía del templo haciendo ayuno y oración, y eso le permitió ver a Dios.
Después de lo que encuentran, la respuesta del Hijo los deja perplejos y no la entienden. ¿La casa de Mi Padre? ¿A qué se refiere con eso? Se preguntarían. Para José y María esto debió ser, como para nosotros puede ser, el darse cuenta de que su Hijo desarrollaba ideas propias. La sabiduría engendra esto. Si piensas siempre en las cosas de la vida, de la existencia y de Dios, Él mismo se encargará de que desarrolles una magnífica conciencia de lo que atañe a Él. Quizá no se dieron cuenta de que su educación rendía frutos. Si enseñamos buenos valores a los jóvenes, darán frutos de independencia de carácter, de humanidad, de solidaridad. Si les enseñamos que el mundo gira alrededor de ellos, y que lo único importante es su persona, crearemos monstruos de egoísmo, que sólo pensarán en cómo sacar provecho de los demás.
Al final de la escena vemos cómo Lucas nos relata que Jesús bajó con ellos y les estaba sujeto. A pesar de su clara conciencia de vocación, el Niño Jesús entiende la autoridad. Sus padres son eso, la autoridad. No se le ocurre decirles que ahora se quedará en el templo para siempre, ni que como Él tiene un Padre mayor y con más poder que ellos, el no tiene por qué obedecerlos. Toda autoridad proviene de Dios, dice San Pablo, y debemos enseñar a nuestr@s hijos a obedecerla. No hacerlo implica que cuestionarán hasta nuestra propia autoridad. Implica que romperán las leyes pensando que el mundo tiene que ajustarse a su propio concepto. Y entenderán que cuando los castiguen por cometer algún delito, será una injusticia.
La lección de este misterio es clara. La mejor crianza consiste en enseñarles a l@s hij@s el camino de Dios. “Busquen el Reino de Dios y todo lo demás se les dará por añadidura,” dice Jesús. ¿No va a ser cierto?
miércoles, 3 de octubre de 2007
Cuarto misterio: La presentación del Niño en el templo (Lc 2:22-39)
María se enteró allí de que su Hijo sería una bandera de contradicción. Se enteró de que una espada atravesaría su corazón. ¿Cuántas veces no nos pasa a los padres y madres que un hijo nos da un gran dolor? Creo que siempre. Ser padres y madres implica una gran responsabilidad, un gran amor. Todo lo que les suceda a nuestros hijos nos duele a nosotros. ¿No hemos sufrido cuando un hijo se enferma? ¿O cuando está triste porque ha sacado una mala nota, o su novio/a lo/a ha dejado? María tuvo que tener estos sucesos en su vida. En la película de Mel Gibson, “La pasión del Cristo” hay una escena cuando María se encuentra con Jesús camino del Calvario. Ella le acaricia la cara, y piensa cómo cuando Él era pequeño ella lo levantaba cuando se caía y le curaba sus pequeñas heridas. También vemos otra escena cuando Jesús acaba de terminar una mesa y ambos bromean, charlan y ríen. Nuestros hijos e hijas son el amor de nuestras vidas, los queremos por encima de todo, pero pueden darnos algunas tristezas. La de María fue suprema porque fue entregar al hijo de sus entrañas por la salvación del mundo. En eso la Virgen se pone por encima de Abraham, a quien Dios le pidió a Isaac en sacrificio, pero después desistió porque se dio cuenta de cuánto el patriarca amaba a Dios.
Tanto Simeón como Ana la profetisa dan testimonio de que han conocido al Mesías. Ese niñito que han traído al templo es el Hijo de Dios, el salvador prometido del mundo. Al igual que con los pastores, Dios se lo revela. Simeón, según la Escritura, era un hombre “justo.” Y por eso vio a Dios. Ana pasaba sus días en el templo, con ayunos y oraciones, y vio a Dios. En este sentido, se confirma lo que decíamos en el misterio de la Anunciación, que hallaremos gracia ante los ojos de Dios si cumplimos con sus mandamientos. A esto se añade que debemos mantener una comunicación perenne con Nuestro Señor, y mortificarnos privándonos de vez en cuando de cosas que nos gustan.
Este misterio es rico en lecciones para nuestra vida diaria. Pensemos en él con gran calma, y muchos de los incidentes más tristes de nuestra existencia tendrán sentido si entendemos que los seres más justos sufren sólo por darse a otros.